Según lo cuenta la historia, se ha hablado sobre los magos de Oriente que visitaron al hijo de Dios: Melchor, Gaspar y Baltasar, reyes de países lejanos a quienes el Espíritu Santo les mostró el camino a Belén por medio de una estrella para llegar al pesebre donde se encontraba el niño Jesús en el momento de su nacimiento.
En las Santas Escrituras, en el libro de Mateo, se cuenta que los magos al llegar al pesebre expresaron: “¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente y venimos a adorarle”, seguidamente se propusieron a adorarlo, después de hacer un viaje largo, sin importar ser hombres de autoridad y riquezas, su única intención era ver y adorar al Mesías.
El mencionado texto bíblico también señala los tres elementos obsequiados por los Reyes Magos y usados como adoración. “Al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, postrándose, lo adoraron y abriendo sus tesoros le ofrecieron presentes: Oro, incienso y mirra”(Mateo 2:11)
Ellos colocaron sus ofrendas a sus pies. El oro era su tributo al Rey; el incienso, con su aroma dulce, era para el sacerdote; el paracleto y la mirra para la sepultura.
Trajeron desde lejos todos sus tesoros para adorarle, y al verlo, pusieron a sus pies lo más significativo, valioso y profético: El oro como presente a los pies de Cristo significaba que los Reyes tomaban su realeza, posición y dignidad y la sometían al GRAN REY. Toda su identidad, rango, seguridad e influencia la cedían a Cristo. Dicho de otra forma, ellos se sometían, se sujetaban y en obediencia total rendían sus coronas a Jesús; todo lo que implica el oro debe ser puesto a los pies del Mesías.
¿Qué le ofrecemos nosotros al Niño Jesús?
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